By William Gibson
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Da media vuelta. Camina con calma hasta la entrada. Sal por la puerta. Afuera, al discreto brillo de la Napoleón Court, donde el mármol lustrado pavimentaba la Rué du Champ Fleuri, una calle del siglo catorce supuesta mente reservada a la prostitución. Cualquier cosa, cualquier cosa, sólo vete, sólo márchate, ahora, y apártate, lejos de él, caminando a ciegas, para perderse en el París de guía turística que había conocido en sus primeras visitas. —Pero ahora —continuó él— puedes darte cuenta de que las cosas han salido bien.
Marly había venido aquí después de cerrar la galería por última vez, cuando ya resultaba imposible dormir en el improvisado dormitorio que compartía con Alain: una pequeña habitación detrás del depósito. Ahora el edificio hacía que el abatimiento volviera a - 31 - cernirse sobre ella, pero la ropa nueva que llevaba y el nítido repiqueteo de los tacos de sus botas sobre el mármol mantenía alejado el edificio. Llevaba puesto un amplio abrigo de cuero de un tono algo más claro que el de su bolso, una falda de lana, y una camisa de seda de París Isetan.
Seguridad —dijo Turner; la respuesta fue casi un reflejo inconsciente. De hecho, no encontraba ninguna razón para impedirles que estudiaran los archivos de Mitchell. La mujer se encogió de hombros, dio media vuelta, el rostro escondido por el cuello levantado de su chaqueta aislante. —¿Le gustaría inspeccionar la unidad de cirugía? —preguntó el hombre del chaleco abultado; el rostro cortés, alerta, era una perfecta máscara empresarial. —No —dijo Turner—. Los trasladaremos a la base veinte minutos antes de la llegada de Mitchell.